miércoles 13 de mayo de 2009

La Bruma Oscura



Corría el mes de octubre de 1993, sobre las diez de la noche. Luis Hidalgo Fraile y su familia habían pasado la tarde en la población toledana de Talavera de la Reina realizando compras y ultimando las pruebas de las galas que iban a lucir en la boda de una de sus hijas.

El feliz motivo del viaje no hacía presagiar los angustiosos minutos que les esperaba en el regreso a Navalmoral de la Mata, en Cáceres.

Junto a Luis, que conducía el Opel Kadett, viajaban, a su derecha, su esposa, Cecilia Álvarez Moreno, y en el asiento trasero, la hermana del conductor, María Hidalgo Fraile, y la nuera del matrimonio, Paloma Recuero Pérez. El retorno transcurrió con toda normalidad. Las conversaciones en el interior del coche giraba, como era natural, en torno al acontecimiento que eles esperaba en épocas próximas. El Opel, que había pasado su revisión hace dos días y a sus 48.000 km, se encontraba en un excelente momento, circulaba a los 110 km/h que le imprimía su conductor.

Fue antes de llegar a Torralba de Oropesa, todavía en la provincia de Toledo, cuando se toparon con la experiencia más extraña de sus vidas. No duró mucho tiempo, apenas unos segundos, pero la angustia y el miedo hicieron que parezcan eternos.

La carretera, la N-V, entonces únicamente ofrecía un carril en cada sentido. Los de Navalmoral, en una recta de la calzada, iban precedidos, a lo lejos, por un camión. De pronto, el pesado vehículo, desapareció. Súbitamente desapareció todo.

No había sido paulatinamente, sino que en un instante preciso, cuando se vieron inmersos en una oscura “niebla” que en realidad no era tal, porque en nada se le parecía, pero que les impedía ver la más liviana silueta a su alrededor. Además hubo detalles que eliminaron contundentemente la posibilidad de un banco de niebla.

“No, aquello no era una niebla. ¡De ninguna manera! –dice, inequívoco Luis Hidalgo-. Era una cosa extraña, de un color gris oscuro. Yo afirmaría que casi negro. Además hubo una particularidad más, aquella nube, o lo que fuera, no reflejaba las luces del coche. Por muy espesa que sea una niebla o lluvia, siempre se ve luz de los faros en ella. Aunque no puedas ver apenas un palmo de la carretera, siempre percibes el efecto de la iluminación sobre la niebla. Sin embargo, aquella “niebla negra” parecía anular la luz de mi coche".

Para el bueno de Luis y su familia fueron momentos muy delicados, porque vieron peligrar sus vidas. Los gritos de las tres mujeres, llenas de pánico, surgieron al unísono: “¡Para, para…, que nos chocamos! Por Dios ¿qué es esto?, ¡nos vamos a estrellar!”

La situación era tan inexplicable, que María, la hermana de Luis alcanzara tal estado de terror que, entre chillidos y al tiempo que abría la puerta del coche, afirmara que iba a arrojarse al exterior. Una mano providencial de Paloma, que estando a su lado la sujetó y evitó un desenlace dramático.

El conductor, por puro instinto y sin ninguna visión, fue orillándose hasta detener el vehículo en lo que imaginaba era el arcén de la carretera. Los cuatro pasajeros, dentro del habitáculo respiraban entre lamentos porque el peligro de accidente parecía haberse evitado. Sin embargo, la misteriosa bruma, aún permanecía alrededor del coche. Se encontraban solos en mitad de la nada.

La misteriosa bruma no podría ser producto de un fallo en el coche, porque, por más que orillaron el coche, la misteriosa bruma continuaba rodeando el vehículo. Fenómeno este muy extraño, ya que en tal estado de reposo la dirección del hipotético humo debió tener un carácter más ascendente. Además, de haberse producido un desperfecto, hubieran detectado su olor dentro del coche a través de las rejillas de ventilación.

“Aquello nos dejó descuadrados –afirma el comerciante moralo-, pero aún más lo que vino a continuación. El coche parado, nosotros dentro, nerviosos y asustados porque seguíamos inmersos en aquella niebla. Sin que nadie lo propusiese, no sé si a un gesto inicial mío de abrir la puerta, todos nos apeamos. Y aquí viene lo fuerte. Al salir del coche, aquello, despareció, ya no estaba, así de sencillo e ilógico. Miramos hacia atrás, hacia todos lados, por si hubiésemos atravesado un banco de niebla que se hubiera desplazado a nuestro paso, pero ni rastro de la más mínima bruma. Mientras –continúa Luis- en resto de los vehículos pasaba en ambas direcciones. Aunque con lo que acabábamos de vivir, no tenía sentido buscar la explicación en tal posibilidad, quise comprobar si existía algún tipo de avería en el motor que hubiese provocado la aparición del humo, pero nada”.

La familia de Navalmoral reemprendió la marcha, pero ahora el viaje se propuso lento. Los nervios y el horror vividos metros antes, imponían una razonable cautela. Un trayecto, en el que para hacerlo entonces, sin autovía, podía emplearse un tiempo cercano a los treinta minutos, Luis, en aquella situación anímica, consumió más de una hora. Sin embargo el misterio aún no llegaba a su fin.

Cuando sobre las once y media de la noche, la abrumada expedición –nunca mejor expresado- arribó a Navalmoral, Luis Vicente Hidalgo Álvarez, hijo del matrimonio protagonista y esposo de Paloma, los recibió en su domicilio, con muestras evidentes de preocupación ante la larga espera.

El coche fue revisado meticulosamente por la familia. Pero, al revisar el cuentakilómetros, los enigmas se multiplicaron. Los guarismos eran correctos en el cartón, señalaban los 48.000 y poco más de kilómetros con que dejó el automóvil. Entonces, casi automáticamente Luis Vicente Hidalgo Álvarez, dirigió su mirada al cuentakilómetros del Opel. La sorpresa fue mayúscula. Los dígitos que aparecían allí registrados superaban los 50.000 km. Aquello era del todo imposible. Durante dos jornadas previas al viaje a Talavera, las ruedas del turismo solo habían rodado por la población en contadas ocasiones ¿De dónde habían salido aquellos 2.000 km en una ruta que, entre la ida y la vuelta de la carretera de entonces, podría suponer unos 140 km aproximadamente?

Cecilia, la esposa de Luis, hace mención de un detalle que los demás no percibieron y que aumenta aún más si cabe el desconcierto. “Aparte de lo indescifrable que fue en sí la situación –afirma la mujer que viajaba en el asiento delantero- . Durante los instantes que permanecimos inmersos en la misteriosa bruma, oí claramente el paso de otros vehículos a nuestro lado, pero a una velocidad increíble. El sonido era rapidísimo, fuera de lo normal. Algo imposible, si no fuera porque estoy segura de lo que escuché y de cómo me sobrecogió.”

Existe un suceso que vivieron otros testigos, en la misma ruta:

Se supo que, por aquellas fechas, dos muchachas viajaban por esta carretera –relató María- y, más o menos por el punto en el que nosotros nos encontramos con la extraña bruma, ellas fueron víctimas de otra desconcertante situación. En su caso no se trató de un problema con niebla alguna. A ellas lo que les pasó es que, intentando salir de la carretera para dirigirse a una población, volvieron, misteriosamente a aparecer en el mismo punto de la nacional V. Algo como lo nuestro, absurdo e inexplicable. Por más que las dos jóvenes lo intentaban, se veían de nuevo donde habían comenzado. Como si estuvieran atrapadas en un laberinto sin final. Tomaban la salida que querían y de nuevo, se veían circulando por la carretera de Extremadura justo en el mismo lugar que antes de tomar el desvío.

Fuente: "Huellas de otra realidad"; Gonzalo Pérez Sarró; editorial EDAF